La Felicidad no esta siempre un paso más allá

Como seres humanos somos buscadores activos de felicidad. Si existe una realidad inquebrantable es que todos queremos ser felices y nadie quiere sufrir. Aunque a veces equivoquemos el modo, nuestra finalidad es siempre lograr la dicha y evitar la desdicha.

En busca de la satisfacción nos embarcamos en miles de propósitos, iniciamos un circuito sin fin bajo la promesa de que la felicidad está siempre un paso más allá. Así, pasamos de un trabajo a otro, nos mudamos, dejamos una relación para iniciar otra. Compramos objetos que acarician nuestro caprichoso ego, formamos familia, esperamos las vacaciones soñadas. Volvemos a la naturaleza en busca de nuestro centro, comemos saludable para cuidar nuestro cuerpo, practicamos yoga, perseguimos premios. Todos estos, son vanos intentos de creer que la felicidad está fuera de nuestra mente, en una realidad concreta y externa que anhelamos.

Bien vale decir, que nada malo hay en pretender generar las condiciones que creemos que nos darán dicha y felicidad. El error radica en una falla de percepción, en creer que una relación, un nuevo trabajo, un título, una posesión tiene en sí misma la habilidad o cualidad de darnos la felicidad. El velo cae cuando lo anhelado es alcanzado y lo esperado se disipa de nuestras manos. La sensación de placer y encanto se desvanece al mismo tiempo que crece una nueva ilusión que promete lo que la anterior no logró. Como olas en el mar, nuestras emociones se enloquecen y luego de esfuman. Nos ilusionamos y desilusionamos, no porque lo deseado no resulte satisfactorio apenas alcanzado, sino porque pretendemos que “eso fuera” nos garantice una felicidad plena y duradera.

Pero la causa de nuestra complacencia no está fuera, no hay nada externo e inherente que sea manantial de nuestra felicidad. Sí nos podrán otorgar pequeñas dosis de contento y regocijo, pero no será duradero. Todo lo que nos rodea está en constante cambio, todo lo que se inicia se desvanece y eventualmente desaparece, un acontecimiento esperado pasa, una persona amada cambia, nuestras necesidades y apreciaciones se modifican y lo que antes perseguíamos con afán, queda atrás, solapado por un infinito encadenado de atracciones y evitaciones que generan ilusiones y desilusiones como el movimiento de las olas en el más bárbaro mar.

Es nuestra absoluta dependencia a las cosas transitorias y el apego que generamos hacia ellas, bajo la promesa de felicidad, lo que es fuente de todo dolor y frustración. La calidad de dicha ganada es de corta duración, así lo será cualquier cosa ajena a nuestra capacidad de percepción. No se trata de volvernos escépticos, fríos e indiferentes sino de desvelar la naturaleza impermanente de la realidad para abandonar las expectativas irrealistas en torno a lo que vendrá, el impacto que tendrán, las soluciones que representarán. Nada ni nadie tiene el poder de garantizar auténtica felicidad.

No hay atajos en el camino que permitan llegar antes, eso son solo calmantes que anestesian nuestra lúcida visión. Cuando los velos de la ignorancia nos ocultan la verdad, pensamos que las cosas fuera, las personas que nos rodean son por su propio lado: “buenas o malas”, “atractivas o rechazables”. Esas cualidades parecen estar “ahí” por sí mismas y ajenas a nuestra capacidad de percibirlas. Así nos frustramos cuando nos acercamos y nuestras percepciones cambian o cuando nos alejamos y exageramos sus virtudes y condiciones.

Este mecanismo humano nos encadena en una interminable rueda de búsquedas y perdidas. Somos esclavos de lo que deseamos y fugitivos de lo que evitamos, olvidando la capacidad originaria que tenemos para entrenar nuestra mente y poder domarla. No se trata de ser estoicos o ascetas. Domar la mente nada tiene que ver con alejarnos del placer, sino que implica la pericia de saber pausarla cuando comienza a cabalgar y dirigirse hacia cualquier lugar. Se trata de aprender a reconocer cuando nos engañamos poniendo expectativas por demás, cuando nos angustiamos pensando que una situación nunca pasará, cuando creemos que la fuente y causa de nuestra felicidad descansa siempre un paso más allá.

Esta percepción errónea está profundamente arraigada en nuestra ignorancia humana. Rara vez nos cuestionamos, nos interpelamos, nos preguntamos si la manera en que percibimos el mundo es realmente así. Tenemos una firme convicción y hacemos de ella una devoción. La acción inteligente es interrogarnos para que lo obvio se ponga en duda y lo rígido se flexibilice dando lugar a la posibilidad de que lo externo no sea más que una proyección de nuestra mente aniñada que se resiste a admitir que lo que nos rodea es una foto coloreada por nuestras expectativas irrealistas, nuestras ilusiones y aversiones, nuestras búsquedas y evitaciones.

Mente lúcida, mente feliz

La verdadera causa de la felicidad descansa detrás de todos esos velos, por debajo de esos perversos juegos de ilusión y desengaño. Es la mente la que tiene la virtud y capacidad de garantizarnos una felicidad duradera. Todos los seres humanos podemos experimentar felicidad, bajo la condición inquebrantable de ponernos a trabajar en quitar los obstáculos que entorpecen su hallazgo, en limpiar el cristal que opaca la lucidez de nuestra percepción.

La mente es clara por naturaleza cuando ponemos luz en la oscuridad. Cuando calmamos a ese caballo desbocado y nos posicionamos como jinetes dirigiendo nuestra vida bajo expectativas realistas, reconociendo la naturaleza impermanente de todo lo que nos rodea, dejando atrás la infantil esperanza de pensar que un objeto, situación o persona serán las fuente de la auténtica felicidad.

La felicidad es una percepción y la percepción puede ser entrenada cuando el trajín de la vida cotidiana nos engaña. La terapia y la meditación son combinaciones deseadas para poder acceder a esa verdad revelada que no vemos cuando corremos. La meditación nos ayuda a pausar y ganar lucidez, la terapia nos energiza para cambiar de dirección y ponernos en acción.

No hay atajos, hay trabajo, no hay inmediatez, hay persistencia. Desarrollar la amabilidad y la paciencia son requisitos fundamentales para tratarnos bien cuando fallamos y para no apurar lo que ha de ser madurado.

La conciencia es como una semilla que tenemos que cultivar, sus frutos: nuestros pensamientos, emociones y percepciones son consecuencias de la calidad de condiciones que la rodean y el cuidado esmerado que de ella hagamos.

La causa de la felicidad descansa en nuestra mente y los métodos para alcanzarla pueden ser practicados por todos, en cualquier momento. Podemos liberarnos de nuestros problemas como la insatisfacción, el enojo, la ansiedad y finalmente darnos cuenta de la realidad de cómo existen las cosas. Podemos eliminar completamente la fuente de todos los disturbios de nuestros estados mentales.

La Felicidad no esta siempre un paso más allá

Psicóloga Corina Valdano

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