A veces nos cuesta darnos cuenta de lo que queremos y otras tantas lo sabemos pero no nos animamos a dar el paso que nos lleva desde donde estamos hacia donde realmente deseamos ir. Quizás haya personas que no tienen muy en claro hacia dónde quieren ir pero sí que saben que no quieren más estar en donde están.
A veces se trata de dejar un trabajo que nos pesa, de abandonar una ciudad que nos estresa, de cambiar un rasgo nuestro que nos trae problemas. Cada quien sabe reconocer dónde la vida le pesa o le aprieta. No es muy difícil saberlo si con honestidad nos miramos en el espejo y nos animamos a las respuestas más sinceras.
Si algo en común tienen las situaciones que nos agobian es la necesidad de un cambio interno que se refleje en el exterior a través de algún movimiento. Sin embargo, cambiar nos despierta una tremenda ansiedad. Como animales humanos que somos asociamos estabilidad con sobrevivir y nos aferramos a nuestras circunstancias. En este afán de mantenernos con vida y evitar todo posible riesgo podemos olvidarnos de lo que en esencia es fundamental: auto-realizarnos y hacernos felices a nosotros mismos generando las condiciones que faciliten estados internos de contento y de paz.
Mantenernos en nuestras circunstancias, cuando no son las deseadas nos condena a una vida pobre y aletargada. Nos vamos insensibilizando para que el dolor no duela tanto, lo que pesa se haga más liviano o intentamos compensar el malestar acumulado con placeres cotidianos de muy corta duración… Así, lo que nos calma a corto plazo en verdad lo único que hace es prolongar y volver crónica una situación de infelicidad.
Con los malestares del alma sucede lo mismo que con los dolores del cuerpo. Si tenemos una lesión o síntoma que silenciamos con analgésicos y calmantes, nos tardaremos demasiado en hacer algo serio al respecto, que deje de ser la causa de nuestro sufrimiento. En cambio, cuando duele lo suficiente, lo miramos de frente y nos hacemos cargo. Del mismo modo, cuando nos hartamos de una situación, cuando el malestar llegó a su punto de saturación… podemos recién ahí decir el bendito ¡basta! Y ejercer algún tipo de movimiento, que empiece a agitar la rigidez de las rutinas de infelicidad a las que nos hemos acostumbrado por dejarnos estar o por temor a mover piezas del lugar.
Nada acontece de la noche a la mañana, para que el vaso rebalse hubieron gotas de las que quizás no fuimos del todo conscientes por sí solas, pero que sumadas unas con otras nos ahogaron al punto de ya no poder respirar. Les sonara raro, sin embargo no poder respirar en un ambiente que nos hace mal o no poder sostener más hábitos que necesitamos modificar ¡es lo mejor que nos puede pasar! Porque no nos deja otra opción que cambiar lo que nos daña si es que queremos seguir respirando.
Recién entonces, cuando el sufrimiento y el malestar es mayor que el miedo al cambio, que ya no nos excusamos y dejamos de justificarnos. Pasar a la acción es la mejor elección. Habrá personas que en esta toma de consciencia se empoderan y hacen lo que venían postergando, otras que como primera medida piden ayuda para ser acompañados a aquello a lo que todavía no se animan pero no se quieren seguir engañando. Pedir ayuda les ayuda a no olvidarse de lo que para ellos es importante, opera como un despertador o recordatorio de aquello que en momento de lucidez lograron ver e inconscientemente temen perder de vista. A veces no es tan bueno que lo que nos duele deje de doler si aún no hemos hecho lo suficiente ¿por qué? porque sin darnos cuenta podemos volver a caer en la inercia de volver a lo mismo no habiendo hecho nada distinto.
Mover una ficha de lugar no es nada si seguimos repitiendo la misma jugada… Es algo así como vaciar el vaso para luego seguir llenándolo gota a gota hasta que tarde o temprano vuelva a rebalsar y otra vez entrar en la desesperación como un círculo vicioso que no acaba más y que nosotros mismos perpetuamos. Atacar la verdadera causa del sufrimiento es cerrar el grifo no verter el recipiente una y otra vez. Cuando por fin logramos poner punto final a lo que nos hace mal, es tiempo de aceptar la incertidumbre que nos toca transitar a partir de entonces. La única certeza en la que nos podemos apoyar es que estábamos mal en donde estábamos y ya no queremos volver atrás.
¿Cómo navegar la incertidumbre que nos provoca el no saber lo que vendrá?
1- Aceptar la incertidumbre como un paso hacia una certeza más saludable
Reconocer la incertidumbre como parte del proceso de transformación, nos preserva del intento de querer evitarla a cualquier precio. Como un caminante que al ser sorprendido por una lluvia torrencial acepta que se va a mojar y mantiene su paso tranquilo en lugar de salir corriendo queriendo evitar lo inevitable. Es natural sentir temor ante lo desconocido, eso no está ni bien ni mal… solo sucede y debemos aceptarlo tal cual acontece. Al arriesgarnos corremos el riesgo de equivocarnos pero quedarnos mal en donde estamos nos condena a vivir una vida de asumida equivocación, lo que termina siendo una terrible auto-traición que no tiene comparación con errar al ponernos en movimiento buscando hacernos mejor.
Fallar en la acción siempre conlleva un aprendizaje, una lección. En cambio, perpetuar la inacción nos condena a la repetición del mismo error sin ningún tipo de evolución. Es mejor atreverse y fallar que quedar atrincherados en el mismo lugar, paralizados y anestesiados.
2- Concentrarse en el ahora, no mirar más allá de lo que vemos hoy
Cuando vamos conduciendo y hay neblina, no podemos ver más de un metro delante nuestro, y lo que nos salva de un accidente es estar atentos a despejar el espacio más próximo, lo no visible se hace visible cuando vamos avanzando en lo que parece una nube densa que se despeja y aliviana en la medida en que vamos a haciendo camino al andar. Lo mismo sucede ante la incertidumbre, que se presenta como una masa densa que no vemos que esconde detrás. Sin embargo, lo que se piensa como lo peor siempre resulta mejor porque tenemos una especie de asustador interno contra todo riesgo que siempre exagera en sus pronósticos.
No hay nada más peligroso que quedarnos en la certeza de estar mal pero aguantando. Animarse a lo distinto con la esperanza de algo mejor nos devuelve dignidad y nos otorga un sentido por el cual luchar.
El antídoto para la incertidumbre es mirar el “hoy”, pensar solo en el paso más inmediato que se debe dar. No es aconsejable acumular ansiedad mirando los desafíos que vendrán, lo más inteligente es ocuparse de lo más próximo a resolver y dar el siguiente paso con inteligencia y lucidez. Cuando llegue lo demás seguro nos encontrará más fortalecidos, fruto del aprendizaje que adquirimos en el transcurso del camino.
Si pensamos los cambios como saltos, nos dará más vértigo que adecuada prevención. Dar un paso a la vez, tomar la decisión más inmediata y resolver lo que va aconteciendo mientras el camino se aclara, nos ayuda a calmar la ansiedad en épocas movedizas. La incertidumbre necesita de tiempo, así como la neblina necesita del sol para disiparse.
3- Reconocer la posibilidad de errar sin maltratarnos
Equivocarnos forma parte del viaje de embarcarnos en lo distinto. No pretendamos que todas las decisiones y movimientos que hagamos sean acertados, no tengan consecuencias inesperadas o nos salga milagrosamente todo bien a la primera.
Cuando lo que venía siendo deja de ser, necesitamos ensayar nuevas maneras, intentar más de una vez hasta lograr lo deseado. Muchas veces llegamos a darnos cuenta de lo que sí porque hemos descartado lo que no. De esta manera, “fallar” nos acerca a la verdad, del mismo modo que lo que experimentamos como un fracaso, nos aclara el camino hacia el éxito, porque existe una posibilidad menos de seguir en el error.
Tenernos de aliados, tratarnos con amorosidad cuando las cosas nos salen mal o no resultó lo que esperábamos es un acto de compasión y auto-cuidado hacia el único ser con el que realmente contamos: nosotros mismos.
4- Reconocer y enumerar los recursos con los que contamos
Tendemos a preguntarnos acerca de las dificultades que tendremos que afrontar pero nos detenemos poco o nada a considerar las fortalezas de nuestra personalidad. Las circunstancias pueden ser difíciles, es verdad. No se trata de subestimar la realidad sino de apreciarla con objetividad y no minimizar los recursos con los que contamos para transitarla con entereza. El temor y la ansiedad aparecen cuando percibimos que nuestros recursos de afrontamiento serán insuficientes ante la situación a la que tenemos que hacerle frente.
Enumerar nuestras habilidades, competencias, destrezas y apoyos externos nos posiciona en un lugar más parejo para atrevernos a aquello que nos da miedo. Entre nuestros recursos cuentan las características de personalidad, la red de apoyo social, las formaciones, los conocimientos, las experiencias acumuladas y la energía de la que disponemos para dar batalla a lo que a primera vista nos parece difícil.
5- Visualizar una realidad deseada que funcione como “ancla” para cuando queramos echarnos atrás
Una motivación, es encontrar un “motivo para la acción”. Cuando esa motivación es visualizada no hay miedo que nos detenga porque el deseo por llegar a la situación deseada es superior al temor que nos da transitar de aquí hasta allá. Y aun cuando el miedo sea demasiado, la situación deseada puede funcionar como un ancla para no echarnos hacia atrás cuando nos sentimos colapsar. Si necesitamos reponer energías o re-posicionarnos, podemos poner pausa pero la motivación es lo que nos ayuda a volver a ponernos en marcha. Visualizar como nos sentiremos cuando conquistemos lo que ansiamos, cómo será el nuevo escenario cuando el caos se torne en un equilibrio deseado nos mantiene enfocados en no abandonar el propósito que comenzamos.
Todo cambio que nos parece lejano empieza por dar un primer paso. No hay recompensa en quien no se anima. Animarse no solo es asumir un riesgo, es también darse animo cuando lo difícil nos parece imposible.
No hay mejor opción que aventurarse a lo que en apariencia es irrealizable que continuar en lo sencillo y conocido que termina con el tiempo convirtiéndose en lo más tortuoso y realmente dificultoso. No nos podemos escapar, lo que postergamos nos lo volvemos a encontrar y a veces esa cruda realidad nos agarra más cansados y desesperanzados. Por eso el tiempo es hoy y el mejor momento es el ahora para cambiar aquello que de sobra sabemos que nos está haciendo mal.
La invitación es a animarse y a darse ánimo ante lo que parece muy difícil. Vivir una vida de calidad requiere de personas valientes que se hagan cargo de lo que les pasa y sienten y también de lo que no y por eso están como están y se sienten mal.
No debemos conformarnos con seguir respirando, procuremos vivir con intensidad y sentir con felicidad cada inspiración y exhalación, que nos recuerde que nos corre sangre por las venas y regocijo en nuestro espíritu. De nosotros depende, de nadie más. Son decisiones que cada uno debe tomar. Decir ¡basta! puede ser lo que nos salva. ¿De qué? De una vida de infelicidad y de frustración. ¡Cada vez que nos animamos, nos empoderamos! ¡Vale la pena pena asumir cualquier riesgo!