Como empresarios, que tenemos un negocio funcionando y una estructura que sostener, sentimos que la empresa es algo así como una bicicleta en movimiento: hay que mantenerse andando y a la vez en equilibrio.
Por eso, desde nuestra responsabilidad de mantener la rueda del negocio, tendemos a tomar compromisos pensando que de una u otra forma vamos a poder hacerles frente. Nos cuesta reconocer las limitaciones y metemos en esa bolsa que es la empresa, más productos y servicios, nuevos canales de ventas, diferentes procesos, aceptamos mayores exigencias de los clientes y tiramos adentro todo tipo de problemas, esperando que de alguna manera se solucionen. Se solucionan a las corridas y de manera incompleta.
Al forzar y estresar nuestra capacidad y la de nuestra gente, nos exponemos a una progresiva pérdida de dominio. Mientras seguimos pensando que “más es mejor” no advertimos el límite en el que “más es peor”.
La complejidad en la que nos metemos no aporta ningún valor y a veces tenemos que pasar por varias situaciones límites para modificar esta tendencia a meter todo tipo de trabajo en la empresa.
Decisiones como trabajar con exigencias financieras, sin el tiempo necesario, con poco espacio o sin planificar la producción generan complejidad. Lo que no advertimos es que es justamente la pérdida de dominio es el principal enemigo de la rentabilidad. La solución no consiste en ir más rápido que nuestras piernas. Es peligroso despegar por encima de nuestro ángulo de vuelo.
Tener dominio implica renunciar antes y comprometernos solo con aquello que es posible.
Cuando no renunciamos, la gente termina promediando, poniendo el esfuerzo un poco en cada cosa sin que alcance, y nosotros corriendo detrás de urgencias sin poder priorizar lo que realmente nos interesa.
Es cierto que parece mejor negocio hacer de todo aceptando diferentes requerimientos que renunciar a una parte de ellos. Pero esa renuncia previa trae como premio el cumplimiento y la sensación de que tenemos control sobre lo que asumimos. En cambio, cuando queremos que se haga todo, los resultados nos frustran. No solo porque no alcanzan el nivel que queríamos, sino porque, además, se logran en medio de tensión, apuros, ineficiencias y costos encubiertos.
Saber nuestro nivel de dominio no es nada difícil, solo necesitamos comparar lo planificado con lo conseguido. Así de simple, aunque sea duro y nada simpático. A mayor distancia entre lo planeado –o lo comprometido– y lo logrado o realizado, menos dominio; y a menor distancia, más dominio.
La consultoría para pymes nos ha demostrado una y otra vez que el dominio trae rentabilidad y la pérdida de dominio la deteriora inevitablemente. Es por eso que muchas veces el empresario dice que antes, cuando la empresa era más chica y más controlable, con mucho menos gana más.
Hay muchos caminos para recomponer la rentabilidad de la empresa y el primero es renunciar a aquello que nos genera más complejidad.
Fuente: Quirós Especialistas en Pymes