
Nuestra vida es sin dudarlo el resultado de nuestros hábitos. Día tras día repetimos rutinas que le van dando forma a nuestra calidad de vida. Desde cómo nos alimentamos, si hacemos o no actividad física, en qué invertimos nuestro tiempo, nuestra energía o cómo nos hablamos a nosotros mismos, son hábitos que sostenidos en el tiempo van configurando la salud de nuestro cuerpo, los resultados que obtenemos, y el trato que nos damos.
Tenemos hábitos conductuales, comportamentales, emocionales y cognitivos. Todos son importantes, de sobra sabemos que la salud del cuerpo y de la mente son indisociables. Sin embargo, en esta ocasión quisiera centrarme en los hábitos emocionales y de pensamiento.
Cuando hablamos de hábitos tendemos a asociarlo con rutinas tales como la hora en que nos levantamos, la hora en la que nos acostamos, la cantidad de tiempo que hacemos actividad física y cómo nos alimentamos. Esta definición de hábito deja por fuera otros hábitos no visibles, y sin embargo tan poderosos como para configurar el esqueleto de nuestra personalidad y definir no solo el trato con los demás sino el que nos damos a nosotros mismos.
Cuando un hábito nos habita se expresa por sí mismo sin que le demos permiso. En lugar de ejércelo no sale, como una reacción automática desenfrenada.
Emocional y cognitivamente nos habituamos a tratarnos mal, a descalificarnos, a darnos por sentado, a pensar mal de los demás, a quejarnos, a criticar, a pensar negativo, a enojarnos fácilmente, a tolerar de más, a postergar lo que nos importa, a dilatar poner punto final a lo que nos daña, a estar en lugares y con personas que nos lastiman, a decir que no antes de escuchar la propuesta. Les parecerá extraño, pero sí…todos ellos son también hábitos que sumados unos con otros y sostenidos en el tiempo dan como resultado la relación con uno mismo y con el resto.
La buena noticia es que un hábito es absolutamente reversible. Así como nos habituamos podemos des-habituarnos.
La plasticidad de nuestro cerebro nos los permite. Un hábito se sostiene en una conexión neuronal que podríamos representarla del siguiente modo: “Cada vez que X, entonces Y.” Cada vez que me halagan, subestimo el cumplido. Cada vez que quiero decir que que no, termino diciendo que sí. Cada vez que me equivoco, me critico exageradamente. Cada vez que acierto, lo paso por alto y no me felicito tanto como me critico.
Estar dispuestos a modificar nuestros hábitos emocionales y cognitivos, supone hacer una especie de inventario. Como detectives privados de nosotros mismos comenzamos a observar en qué situaciones, ante qué personas o circunstancias ese hábito se dispara.
Observar nos permite poner una distancia entre yo y mis automatismos. Cuando tomamos conciencia, podemos ir de a poco pasando de la reacción automática a la respuesta elegida. Liberarnos de un hábito insano, supone ejercer la capacidad de decisión y tomar nosotros el mando. Cuando esto sucede la conexión neuronal fija “Cada vez que X, entonces Y”, se amplia, se flexibiliza y da lugar a opciones no contempladas hasta entonces, “Cada vez que X, entonces Y, pero también podría ser Z, y quizás también H, o W y por qué no Q.”
Esta diversidad va ampliando nuestra personalidad e incrementando un abanico de opciones. De acuerdo a cómo nos vamos sintiendo al asumir hábitos diferentes, podemos ir instalando nuevos y dejando atrás los viejos.
¿Cómo se instalan? A repetición conciente de aquello que nos hace bien y dejando en des-uso lo que nos daña y no nos permite progresar.
Si pensamos la personalidad como un gran manto tejido a mano, cada uno de sus puntos son nuestros hábitos repetidos que, sumados unos con otros, le dan forma y extensión. Si la forma se ha deformado, o el manto ha quedado corto, no queda otra que des-tejer y volver a tejer, no hace falta cambiar de lana. Se trata de hacer distinto con lo mismo.
No tenemos que cambiarnos sino comenzar a conducirnos de otro modo… contestar más cordialmente si solemos ser agresivos, aprender a halagarnos si tenemos el hábito de criticarnos, aceptar un cumplido si es que siempre lo subestimamos, ejercer la paciencia si habitualmente nos pasamos de intolerantes, cuidarnos de criticar y hablar de más si tenemos la costumbre de juzgar, decir que no donde antes decíamos que sí, y decir que sí donde antes decíamos no, sin tener ningún motivo o razón, hablarnos más amorosamente si solemos maltratarnos en nuestros diálogos, corrernos de ese lugar en el que ya no queremos estar si estamos solo por estar.
Esta revisión y re-actualización de nuestros hábitos es un trabajo artesanal indelegable. Un terapeuta ayuda a iluminar las partes oscuras, a cuestionar lo naturalizado, a señalar lo insano, a proponer lo que nuestros hábitos oxidados no nos dejan ver, pero es asunto de cada uno, arremangarse y echar manos sobre su manto, día a día, semana a semana, año tras año.
Tejer sabiendo que podemos destejer es una tranquilidad, a la vez que una oportunidad de mejorar cada vez. El problema no es errar el punto, el inconveniente aparece cuando no nos detenemos a observar y seguimos desde la ignorancia tejiendo de forma equivocada.
Te invito a que cada tanto pauses el ritmo, te detengas a observar la forma que tus hábitos le están dando a tu vida, a tus vínculos, cuán coherentes son con los objetivos que quieres alcanzar, cuánta felicidad y satisfacción te proporcionan…Si esta reflexión es positiva, sigue adelante con tus buenos hábitos que de seguro te conducirán en la dirección deseada. Si el balance es negativo, si no estás conforme con lo que tus ojos aprecian y los resultados que obtienes… revisa las hileras de puntos que son necesarias destejer para retomar con más lucidez y prestando más atención a cada hilván, pues la diferencia está en la conciencia de quien teje, más que en la lana que viene de fábrica.
Si aún con la lana más bonita, hacemos nudos de manera desprolija y en lugar de revisarlos, nos empeñamos en apretarlos y reforzarlos, no hay manto que pueda quedar delicado. En cambio, si tejemos a conciencia nuestros hábitos y los repetimos regularmente para que se asienten, de seguro al observarlos unos junto a otros formarán un manto no solo bonito sino coherente. Una vida digna y provechosa es resultado de los buenos hábitos tejidos y sostenidos con conciencia, sabiendo dejar a un lado la desidia y la inercia de hacer siempre lo mismo por el mero hecho de no preguntarnos.
¿Qué hábitos le dan forma a tu vida?
Por: Psicóloga Corina Valdano
Redacción: Corina Valdano
Imagen: Designed by Freepik