La tristeza como tal, tiene mala prensa…Cada vez que nos sentimos tristes, tenemos la tendencia a querer salir corriendo despavoridos de ella. Enseguida buscamos, quien nos levante el ánimo y no faltan personas que nos dicen… “¡No es para tanto!” ¡Ánimo! ¡Vamos a despejarnos! ¡Pronto pasará!
¡Claro que sí! Pronto pasará… de eso no caben dudas porque las emociones vienen y van.
El tema principal y el apuro no es que pase la tristeza cuanto antes cual si fuera un retorcijón sino… ¿cómo pasa? Y ¿qué nos deja cuando se va? Si solo buscamos formas de evadirla con salidas, comida, compras, o dosis elevadas de Netflix, esa tristeza no cumplió su función.
La tristeza es una emoción que tenemos que animarnos a mirarla de frente, a interrogarla y preguntarle que viene a decirnos respecto de cómo estamos llevando nuestra vida, respecto a las elecciones que estamos haciendo, a los valores que estamos sosteniendo, a la coherencia interior que estamos sintiendo, o a lo que no estamos haciendo y queremos hacer pero nunca es el momento.
Cuando la tristeza toca nuestra puerta, es como el cartero que nos trae una carta… Te invito a que te preguntes: ¿la recibirías y dejarías el sobre sin abrir? Seguro que no ¿verdad?
La tristeza y cada una de las emociones que nos visitan nos traen un mensaje que tenemos que escuchar. Las “malas” emociones no existen, lo que las vuelve dolientes es nuestra resistencia a transitarlas de frente o nuestra inercia a quedarnos allí para siempre.
La función de la tristeza como tal es generar un “repliegue personal” para mirar hacia dentro nuestro. Por eso cuando estamos tristes la tendencia natural es no querer ver a nadie, querer estar en paz, meternos en la cueva y que nadie nos haga preguntas que no queremos contestar… Sin embargo, hay personas que queriendo hacer mejor, hacen lo contrario y huyen espantados de su desánimo.
La cultura en la que vivimos tampoco nos ayuda a seguir el recorrido más saludable de la emoción. Estar tristes pareciera no ser cool, por lo cual no tenemos permiso para llorar lo que necesitamos llorar, reflexionar lo que necesitamos meditar, arrepentirnos de lo que necesitamos perdonar o reparar. Tenemos cientos de estímulos y buenas excusas para salir por la tangente airosamente, sin hacernos cargo.
Sin embargo, lo no escuchado, lo no observado de frente con honestidad, lo evadido, lo no trabajado en nosotros mismos o aquello que no queremos mirar… la próxima vez no tocará timbre ni aceptará un café, sino que nos devolverá una crisis, un síntoma, una enfermedad o una mezcla emocional mucho más difícil de desenredar, de tanto que dejamos amontonar.
La tristeza y cada una de las emociones que nos visitan nos traen un mensaje que tenemos que escuchar. Las “malas” emociones no existen, lo que las vuelve dolientes es nuestra resistencia a transitarlas de frente o nuestra inercia a quedarnos allí para siempre.
La tristeza es una oportunidad
Muchos se preguntarán: ¿una oportunidad? ¿para qué? ¡A mí no me gusta nada estar triste! La tristeza es una oportunidad porque nos viene a decir que algo en nuestra vida no va bien, que necesitamos prestar atención a lo que no estamos escuchando. Hay quienes necesitarán pausar, parar o arrancar de una bendita vez con aquello que saben internamente que vienen dilatando, hay viajeros que necesitan estabilidad y hacer “base”, aunque les cueste aceptarlo, hay quienes necesiten separarse, quienes estén hartos de seguir en ese tedioso trabajo que los enajena, quienes se fueron del país y quieren volver, quienes se quieren desesperadamente ir, también quienes no saben por qué están tristes si todos alrededor pareciera estar muy bien.
A veces la vida nos pide pequeños ajustes y contratos y otras veces nos demanda cambios más drásticos… algo parecido a dar vuelta la vida tal como si fuera una media retorcida.
Lo primero desatendido puede llevar a lo segundo si nos dejamos estar o nos interrogamos muy poco respecto de cómo nos sentimos.
Sentarse a tomar un café con la tristeza sería algo así como un encuentro con una parte nuestra que no está del todo satisfecha y preguntarle con amorosidad y receptividad
¿qué mensaje tiene para darnos? Tenemos temor porque pensamos que escuchar su mensaje es enseguida actuarlo, “tener que hacer algo con eso que escuchamos dentro”.
Sin embargo, no es así. Darnos cuenta que ya no amamos no quiere decir que tengamos que separarnos dos días después, por ejemplo. Lo honesto es mirar nuestro deseo, aceptar lo que se mueve dentro nuestro, ser conscientes de lo que sentimos en lugar de salir despavoridos como niños huyendo de fantasmas que habitan en los roperos.
Seguir nuestro deseo no es garantía de felicidad, pero hacernos cargo de ellos y de nuestro mundo emocional sí lo es de nuestra autenticidad. El deseo de lo que nos gustaría a veces se choca con la realidad. Es decir, no nos gusta desear lo que deseamos, nos da miedo, nos desafía, nos saca de nuestra zona de comodidad. No hay cosa más incómoda que hacernos cargo de lo que deseamos, pero no hay vida peor vivida que nunca atrevernos a mirarlo.
Seguir nuestro deseo no es garantía de felicidad, pero hacernos cargo de ellos y de nuestro mundo emocional sí lo es de nuestra autenticidad.
No hay cosa más incómoda que hacernos cargo de lo que deseamos, pero no hay vida peor vivida que nunca atrevernos a mirarlo.
La tristeza muchas veces viene a recordarnos nuestros deseos o a mostrarnos lo que ya no queremos. Dejar que eso se (ex/prese) “salga de preso”, nos hace sentir ya muy valientes, decidamos lo que decidamos luego hacer con aquello que fue liberado. Cuando nuestra tristeza fue escuchada, elaborada, tamizada, entonces se calma…, se serena, se apacigua.
A partir de escuchar lo que tiene nuestra tristeza para decirnos, a partir de la información que entonces disponemos de nosotros mismos, podemos decidir qué hacer o no con ello, pero ya no intentaremos vanamente tapar el sol con un dedo. Quizás podemos dar una paso hacia nuestro deseo, quizás todavía no sea el momento, o quizás pasábamos por alto que estábamos dispuestos a dar un gran salto y hasta acabamos sorprendidos de nosotros mismos. Sea lo que sea que decidamos hacer con aquello de lo cual “nos damos cuenta”, vivir una vida emocionalmente honesta y no evasiva ya evoluciona nuestra conciencia y nos hace sentir más dignos y fortalecidos. ¿Por qué? Porque huir de la tristeza, escapar de ella, luchar contra ella, nos quita fuerzas. Es como una fuga de energía que por algún lugar se “filtra” y aparece como la humedad al poco tiempo después de emparchar la pared sin tratarla como debe ser.
Vivir una vida emocionalmente honesta y no evasiva ya evoluciona nuestra conciencia y nos hace sentir más dignos y fortalecidos.
Lo que no debemos hacer con la tristeza
Así como hay personas que evaden la tristeza, hay otras que se prenden como garrapatas a ella. No solo la invitan a tomar un café, sino que también le hacen un pastel, le arman una cama con sábanas blancas y la hospedan de por vida hasta que termina dirigiendo y comandando la vida. En lugar de recibir el “sobre” con el mensaje de la emoción, se lo quedan mirando, le hacen un pergamino y lo cuelgan en la pared cual si fuera un cuadro. Quienes hacen un culto de la tristeza y hasta le prenden velas, quedan prisioneros de la amargura, de la desdicha y de la nostalgia. Aquí se encuentran las personas dramáticas, que quedan “fijadas” a una emoción que les nubla la visión. Y sin duda, ver la vida a través de la tristeza le quita toda su belleza.
Estas personas puede que ni siquiera habrán el “sobre”, solo lo miran y sienten lástima de sí.
No debemos aferrarnos a ninguna emoción, tal como nubes pasan una tras otra por nuestra vida: tristeza, alegría, miedo, ira… todas ellas pasajeras que nos ayudan a dar cuenta de lo que nos pasa cuando la vida “nos toca”, “nos sacude”, “nos moviliza”. A veces nos sentimos arriba, otras veces bajo tierra. Nunca debemos creernos que estamos en la cima ni tampoco en la lona de por vida.
La correcta actitud es mirar de frente lo que nuestras emociones nos dicen y dejarlas ir sin resistir ni apegarnos a ellas. La tristeza nos invita a mirar hacia dentro, a ir a lo profundo de sí, a salir del piloto automático. Muchas veces detrás de una gran hiperactividad se esconde una profunda depresión que no queremos afrontar.
A veces nos sentimos arriba, otras veces bajo tierra. Nunca debemos creernos que estamos en la cima ni tampoco en la lona de por vida.
No es malo sentirnos tristes, la insano es quedarnos a vivir allí. Cuando nos damos permiso para el silencio, para la soledad, para escucharnos, nos ahorramos que la tristeza nos grite lo que resistimos escuchar. Desde la madurez emocional, la tristeza nos ayuda a evolucionar. Nos dice por dónde sí y por dónde no, y qué es lo que nos hace mal.
La próxima vez que te sientas triste, tomate un café con tu tristeza, mírala a los ojos, déjate mirar por ella y haz un pacto de dignidad y honestidad con esta emoción que tiene mala prensa pero puede llegar a ser muy buena consejera. Luego de escuchar su mensaje, tienes todo el tiempo que necesites para decidir y juntar fuerzas y luego hacer los ajustes que necesites hacer en tu diario vivir o dar vuelta tu vida como una media si su mensaje fue contundente y claro y ya no puedes seguir así…
Si la tristeza toca tu puerta… siéntate a tomar un café con ella
Redacción: Psi. Corina Valdano