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Esto no es lo mío ¿Esto no es lo mío? Flexibilizar para avanzar

Casi de modo automático decimos de nosotros mismos afirmaciones que ni siquiera nos tomamos la molestia de descartarlo con al menos algo de “evidencia”. Nos damos por sentado y nos olvidamos que el yo permanente con el cual solemos identificarnos cambia no solo con los años, sino con las meses, semanas, días, horas, minutos y segundos.

Solemos decir con tanta facilidad “Esto no es lo mío”, “no sirvo para esto”, “no elijo esto o aquello”.

 

¡Cuántas cosas dejamos fuera por identificarnos con una idea de nosotros! ¿Se lo han puesto a pensar?

Afirmaciones pasadas se arrastran como fantasmas, y tras la sábana innumerables ocurrencias, solo para quienes se deciden a mirar un poco más allá de sus rígidas sentencias.

Hay quienes se animan a espiar…y tras la afirmación se asoma un tímido ¿por qué no? Y de repente con la fuerza de un huracán que arrasa con toda ilusión, un contundente NO, nos reclina hacia el mismo lugar y desde esa zona de confort admiramos a aquellas personas que se animan a vivir lo que uno no. Lo anhelado queda pendiente para ese momento ideal que de sobra sabemos, nunca llegará. Pero ese consuelo nos ayuda a no reconocer que más que falta de recursos, carecemos de prudente “osadía”. Esa osadía que no tiene que ver con tirar abajo lo construido en la vida, sino con embellecerla y orientar nuestra energía a las elecciones “sentidas”, más que a afirmaciones que han quedado “vencidas” y sin embargo no las renovamos…

¿Por qué? Por el gran pecado llamado “pereza”, que no se limita a ordenar nuestra pieza. Hablo de la pereza vital, esa flojera emocional que como hilo mal tejido pierde su forma y calidad. Esa desidia de la propia vida hace que nos cueste movernos de lugar y miremos la “vidriera” de lo que nos ofrece la vida pero nunca lleguemos a acumular la suficiente riqueza vital para que lo que miramos con deseo sea una realidad tangible digna de ser adquirida. Los que se animan a cruzar el umbral de esa cómoda pero a la vez poco dichosa vida de todos los días, trascienden la apatía para ir tras la alegría de una vida “elegida”.

Quizás sean muchas las personas que sienten que su vida de todos los días las hace felices y les recuerdan que están vivas. A estas personas no va dirigido este texto. Porque si es eso lo que sienten, viven su vida de manera “conciente”. Única garantía de una vida bien consumida.

No debemos pensar necesariamente que una vida ha de ser “divertida”, “movida”, “arriesgada” para que acertada. Hay vidas alocadas, que se mueven sin dirección de un lado a otro y que si bien tienen movimiento, carecen de “sustancia”. No es lo mismo moverse que tener dinamismo. La palabra “dinámico” etimológicamente viene de “dynamai”, lo que significa: “yo soy capaz”, “yo puedo”. Y ante esta afirmación personal se abre la posibilidad de ir siempre un poco más allá de los rótulos auto-impuestos y de los que nos pusieron los demás.

Una vida en movimiento, debe ir bien direccionada. Así como una vida “pausada” debe ser despierta por una conciencia lo suficientemente despabilada para poner dinamismo donde sobra quietud y confort del “no elegido” sino del que tiene sabor a “siempre lo mismo”. Puede que en secreto, algo nuestro nos dice al oído…”Y si…”, “tal vez…”. Esas voces no deben ser silenciadas, deben ser acaricidas como semillas que tienen enorme potencial. Cuando apresuradamente y a destiempo vemos los “frutos”, nos asustamos y tiramos las semillas como dinamitas que pueden explotar. Una semilla lleva su tiempo para brotar, así como su brote se demora lo necesario para ser un árbol y dar frutos maduros. Antes de sembrar las semillas, necesitamos nivelar el campo para que al regar penetre el agua en todos los sitios por igual, del mismo modo, necesitamos “nivelar el campo de la mente”, meditar y reflexionar sobre el momento presente, para que esas voces internas que aparecen como pequeños brotes puedan tener todas igual lugar y el tiempo necesario para echar raíces muy de a poco, si son los frutos que queremos cosechar. Del mismo modo que un granjero aprende su oficio con el tiempo, cada uno de nosotros necesita tiempo para “madurar” una idea, una ilusión, una decisión, pero solo podemos madurar aquello a lo que se le hizo un lugar. Lo que es o vendrá, en algún momento fue una tímida voz que nos decía ¿por qué no? Esa semilla florece si dejamos atrás los viejos dogmas que nos detienen en el mismo lugar.

Animarse a ir más allá de nuestra personalidad

Puedo contarles una experiencia personal…quizás alguien pueda “resonar…”.

Siempre dije de mí: “soy una persona muy casera, como mi abuela…”. Un día junto a mi familia: mi marido y mi hijo de cinco años, nos planteamos la posibilidad de viajar, inquietud que había quedado vedada de tiempos lejanos adolescentes que no volverán. “Con hijos la cosa cambia…”, siempre me convencía de esa imposibilidad, sumado a la tan arraigada idea de “soy una persona casera”.

Una noche de lúcida locura nos preguntamos ¿Y por qué no? Esas pausas necesarias que dejan por fuera la rutina y las obligaciones auto-impuestas…muchas veces son como grietas que dejan pasar la luz que ilumina lo que no vemos cuando apuramos estamos tildando lo que nos propusimos quizás un tiempo pasado, largo…muy largo. Esa flexibilidad para torcer la imposición de “esta soy yo”, “esta no soy yo” es lo que hoy me permite decirme a mí misma: no hubo mejor decisión que animarme a vivir la experiencia de estar viajando por un año, al tiempo que trabajando (porque como antes les decía) no se trata de largar todo y vivir otra vida, sino de tomar bien el timón y dirigir la energía hacia donde anhelamos ir, y no siempre caer en la expresión consuelo de “será en otra vida”, “quedó pendiente por hacer”.

Este viaje no fue para ver solo preciosos paisajes, fue para flexibilizar, reflexionar, estudiar, meditar, conocerme de nuevo, crecer, reconocerme otra vez, desapegarme de lo que me costaba soltar. Y sobre todo, poder discernir: qué de todo en vida de antes elegía y qué era mera repetición de todos los días. A mi regreso sé que muchas cosas que decía “no podría”, “puedo”, “qué no elegía”, “eran en verdad miedos”. Aprendí que hay cosas que puedo y que sin embargo no elijo….pero tuve que salirme de la seguridad de mi “cueva” llamada hogar, para afirmar que “si bien soy casera…” (y lo sigo eligiendo), una gran parte de mí puede ir y venir, ser así y dejar de serlo, porque cuando el “YO” con el que nos identificamos es más una cárcel que una identidad expandida…más vale cuestionar, para elegir y quizás retomar lo mismo pero desde otro lugar, más conciente, más despierto, más lúcido.

Y este ¿por qué no? Puede ser una carrera, un viaje, un emprendimiento, una separación, una nueva relación. Cualquier voz silenciosa que te hable al oído…no le digas de entrada que “NO”, hacele espacio, visualiza apenas la semilla, si el fruto te da demasiado temor. Lo que en principio en mi caso, fueron seis meses, se extendió a un año…Cuando me di cuenta que la vida no se daba vuelta carnera, que lejos de abandonar mi trabajo que tanto amo, éste se fortaleció y tomó un gran envión. Fue ahí cuando me anime a doblar la apuesta y los seis meses se convirtieron en un año. Pareciera que la vida te premia cada vez que uno elige crecer a permanecer, vivir a sobrevivir. Expandir el Ser mucho más allá de las limitadas fronteras del Yo minúsculo que acata y descarta de manera automática sin una verdadera reflexión sintonizada con quien “elijo” ser hoy, dejando atrás la rígida expresión “Esta soy Yo” y “Esta no soy Yo”.

Te animás a preguntar…¿Quién estoy siendo hoy? ¿Qué anhelo en mi presente? ¿Qué semillas me dan miedo? ¿Con qué frutos sueño?

Estas preguntas requieren de una conciencia lúcida. Las respuestas se construyen con tiempo, dedicación y esfuerzo. Hacernos preguntas es el eje primordial para no girar en falso siempre en el mismo lugar.

Esto no es lo mío ¿Esto no es lo mío? Flexibilizar para avanzar

Psicóloga Corina Valdano.

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