Una idea que no se concretó, una conversación pendiente, un proyecto que quedó a la mitad, una materia que no se rindió, disculpas que no fueran dadas, abrazos contenidos, objetivos no cumplidos…La lista podría seguir interminablemente, al mismo tiempo que un hondo sentimiento de frustración se esmera en recordarnos que lo que subestimamos era realmente importante.
¿Cómo nos damos cuenta de que tenemos “temas” inconclusos o heridas abiertas?
Esto se pone en evidencia cada vez que sentimos emociones muy intensas al recordar lo que no podemos olvidar, cuando nos sorprendemos una y otra vez pensando acerca de los mismo, cuando en nuestros dialogos internos tratamos de llegar a acuerdos, cuando deseamos volver el tiempo atrás para obrar distinto, hacer lo que no fue hecho, decir lo no dicho.
La vida tiene una naturaliza cíclica, todo empieza y todo termina. Nuestra naturaleza psiquica, funciona en armonia con este principio fundamental. Es decir: nuestro inconciente necesita “cerrar” para poder avanzar. Cuando quedamos anclados al pasado, nos detenemos emocionalmente allí aunque sigamos avanzando en “piloto automático”. El presente se tiñe de la melancolía de lo que no pudo ser. Quedamos así fragmentados, pues una parte nuestra queda especulando: ¿Qué hubiese sido si…?
A veces nos sucede con grandes cosas, es decir: una decisión que hubiese tenido un gran impacto en nuestra vida. “Qué hubiese sido si…me hubiese recibido…”, “si no me hubiese casado”, “si hubiese montado mi empresa”, “si hubiese aprovechado aquella oportunidad que dejé pasar”, “si me hubiese ido a otro lugar”.
Cuando nuestras emociones quedan atascadas en el pasado, necesitamos levantar el ancla y seguir timoneando el barco. Cada etapa evolutiva tiene su propio encanto, seguir eternamente idealizando opciones del pasado esconde la trampa “romántica” de la adicción al anhelo de lo que nos falta. Sin embargo, lo elegido y vivido no puede competir con lo que quedo sin vivir, porque lo real siempre dista de lo fantaseado que quedó idealizado. Así, tendemos a sobreestimar las opciones que quedaron sin tomar y a subestimar nuestra vida real. Miramos con desdén el presente y con añoranza el pasado que no vuelve.
Cuando esto sucede, los ciclos de la vida siguen activos y nosotros estamos dormidos. La trampa de no “cerrar” el pasado que quedó atrás encierra el temor por las decisiones que sí tenemos que tomar en la actualidad. Y las desiciones que no estamos tomando ahora, posiblemente nos las reprochemos cuando este bendito único tiempo forme parte de nuestros recuerdos. Mirar por el retrovisor nos impide afrontar con dignidad el hoy. Repasando la pelicula de “la vida no vivida”, nos sumergimos en la desidia de no intervenir en nuestra vida de todos los días y pretendemos desde la fantasía “editar” lo que no puede ser modificado del tiempo pasado. El resultado es solo torturarnos y hacernos daño, sin generar ningun tipo de cambio.
Re-actualizar el pasado, sacralizar el presente
Ahora bien, hay quienes hoy pueden volver sobre sus propios pasos y retomar un camino no andado. Cuando la reflexión de lo que “hubiese sido” nos conduce a la toma de decisión y acción, lo imaginado puede volverse real. Esto es solo posible cuando dejamos de rendir culto al anhelo y nos proponemos obrar sobre lo posible real. Podemos solo re-editar el tiempo pasado desde las decisiones que tomamos en el presente inmediato, no desde las que no hemos tomado y nos lamentamos.
Ante la misma reflexión, actitudes completamente distintas. En el primer caso nos damos lastima, en el segundo nos damos una oportunidad más…abandonando el ideal de lo imposible y haciendo algo real con lo posible. No podemos elegir no casarnos, pero sí separnos, no podemos lograr un embarazo a determinada edad pero sí ejercer un rol maternal sin tengo ese amor para dar, no podemos volver el tiempo atrás para continuar una carrera, pero sí podemos retomar desde donde dejamos a cualquier edad, no podemos empezar nuestra vida en otro lugar pero si continuarla donde ansiemos estar. Seguro muchos podrán retrucar: “A esta altura”, “Ya es tarde”, “No tiene sentido”, “Tengo otros compromisos”. Argumentos, argumentos y más argumentos para seguir presos en ese onanismo mental que nos lleva a desear lo que no en verdad no nos atrevemos a volver real.
No se trata de plantar bandera y dar un giro de 360º, a veces eso resulta en imprudencia y osadía mal emprendida. Se trata más bien de asumir una actitud menos infantil en relación a lo que quedo sin vivir. Si de corazón ansiamos aquello que anhelamos, podemos ir ideando maneras de acercarnos, con conciencia y plena atención, tomándo desiciones congruentes que nos lleven en la dirección que revela nuestro interior. Sin duda, habra condicionamientos que debemos trascender para animarnos a emprender lo pendiente por hacer. Pero un condicionamiento no es un impedimento real sino una traba mental que prioriza “el qué dirán”.
Una vida vivida, nos obliga a rectificar la dirección si estamos obrando desde la inconciencia y la mera repetición. Una vida no vivida, es aquella que se observa con nostalgia y resignación.
Si aun tu sangre corre por tus venas, si tu corazón late al ritmo de tu respiración, tenes de sobra los recursos para ponerte en acción. De seguro no podemos volver el tiempo atrás, pero sí podemos elegir cómo queremos vivir los tiempos que vendrán. Cuando saldamos nuestras deudas estamos en paz con nuestra esencia.
Y cuando los temas “no cerrados”, no son de gran impacto pero disipan nuestras energías, siempre la mejor opción es no subestimar ni postergar lo que puede ser muy sencillo de abordar. Dejar a un lado el orgullo, las apariencias y la vergüenza para poder abrazar a un hermano que sentimos lejos y tenemos cerca, para poder llamar a un amigo que nunca más vimos y aún lo sentimos, para poder decir las palabras que nos tragamos, para poder perdonar un error humano, para disculparnos de un daño ocasionado…
«Qué hubiese sido si…»
Psicóloga Corina Valdano